Tantas veces he conversado esto con mis amigas y siempre nos quedamos estancadas en el mismo punto de partida.
A nosotras históricamente nos han arrebatado la oportunidad de sostener con nuestras manos ese ladrillo que debía sostenernos, ese
bloque que seria el inicio de una casa, mi casa, muestra casa. Yo he habitado a lo largo de toda mi vida en muchas casas llenas de
personas, humanidades compartidas. Recuerdo la primera vez que leí a Virginia Woolf hablando de independencia, de sustento
económico, de un escritorio para mi sola, una habitación propia con paredes blindadas para que no entren los intrusos. En teoría una única
dueña mujer.
Cerré el libro y pensé, ¿Cuántas mujeres podemos hablar abiertamente de la pertenencia de estos espacios?
¿Cuántas de nosotras hemos habitado alguna vez un cuarto propio?
Habita la soledad elegida de una casa a nosotras se nos sigue vetando, de una forma u otra estamos siempre cohabitando como hijas,
madres, hermanas, esposas, cuidadoras, nietas.
Solo en algún instante de paz conseguimos cerrar los ojos y entrar al jardin oculto de cada una de nosotras.
Te pido que cierres los ojos conmigo, mira la entrada de este taller selvático, su jardin es irreverente porque se empeñan en seguir
naciendo las plantas carnívoras que plante hace años para que no entraran intrusos. Si sales con vida de ese camino, serás bienvenido, al
final esta una niña esperando sentada tomado leche y galletas. Cuando te vea estará dispuesta a gritarte hasta quedarse sin aliento:
Fuerza artista, no te detengas, el camino es muy largo no ha terminado, lo más importante es que sepas que lo conseguimos, no tengas miedo.
Tal vez el miedo y los disruptivo es conseguirlo y no saber que hacer con ello.